Nota del editor: El siguiente texto es una adaptación de un curso de Mariología impartido por el Dr. Mark Miravalle en Ave Maria University, Florida, y de un capítulo de su libro Introduction to Mary.
El Dr. Mark Miravalle, diácono permanente y padre de ocho hijos, ocupa la Cátedra Constance Schifflin Blum de Mariología en Ave Maria University y la Cátedra San Juan Pablo II de Mariología en Franciscan University of Steubenville. Además, es fundador y editor principal de Ecce Mater Tua, una revista internacional de investigación mariológica, y presidente de la International Marian Association. Reconocido conferencista, ha participado en numerosos congresos episcopales, asesorado obispos en investigaciones de apariciones y ha escrito y editado más de 20 libros sobre Mariología y Teología Espiritual.
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En la providencia de Dios, hay momentos en la historia en los que el cielo interviene directamente para guiar, advertir y llamar a la humanidad a la fidelidad. Fátima es uno de esos momentos. Entre todas las apariciones marianas aprobadas de la era moderna, Fátima ocupa un lugar preeminente. De hecho, todo mensaje mariano auténtico posterior a Fátima sirve, de alguna manera, para cumplir la misión de Fátima: el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
Los acontecimientos de Fátima, ocurridos entre mayo y octubre de 1917, constituyen una profunda invitación de la Madre de Dios a colaborar en la obra de la redención mediante la oración, la penitencia y la reparación. Además, nos ofrecen una visión profética para comprender la crisis espiritual del mundo moderno.
Las Apariciones y la Preparación Angélica
Las apariciones de Fátima comenzaron en un contexto profundamente sacramental. En 1916, el Ángel de la Paz preparó a los niños para la venida de la Virgen enseñándoles oraciones centradas en la reparación eucarística. Una de las más impactantes fue la siguiente:
«Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que El es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.»
Esta oración, enseñada mientras el ángel sostenía una Hostia sangrante sobre un cáliz, apuntaba directamente a la Presencia Real y preparaba el mensaje más profundo de reparación que traería la Virgen. Los niños quedaron sobrecogidos, y pasaron horas postrados en oración.
El Ángel de la Paz, posteriormente reconocido como el Ángel de la Guarda de Portugal, les enseñó profundas oraciones de adoración y reparación eucarística. Su catequesis se centró en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía y en la llamada a ofrecer sacrificios por la conversión de los pecadores.
Estas apariciones preparatorias no fueron accesorias; fueron esenciales. Formaron a los niños para que pudieran recibir y transmitir un mensaje celestial. Nos recuerdan que la auténtica devoción mariana es inseparable de una fe eucarística profunda y de una vida de reparación.
Las Apariciones de la Virgen
Cuando la Virgen se apareció en 1917, lo hizo como “Nuestra Señora del Rosario” —título que declaró en la última aparición—, y de inmediato insistió en el rezo diario del Rosario. El 13 de mayo, su primer mensaje fue:
“Recen el Rosario todos los días para obtener la paz del mundo y el fin de la guerra.»
Esta petición se repitió en cada una de las seis apariciones, destacando la centralidad del Rosario en el mensaje de Fátima.
Miles de personas comenzaron a reunirse en la Cova da Iria para las apariciones mensuales. A pesar de la fuerte oposición del gobierno y del clero, las multitudes no paraban de crecer.
El 13 de octubre, más de 70,000 personas presenciaron el llamado milagro del sol: un fenómeno sin precedentes en el que el sol pareció danzar, girar y emitir rayos de colores antes de precipitarse hacia la tierra y luego volver a su posición. Incluso la prensa secular confirmó el hecho. Este milagro, anunciado por la Virgen con meses de antelación, fue la confirmación divina y pública de la veracidad de las apariciones.
La Aparición del 13 de Julio: El Corazón del Mensaje
Aunque todas las apariciones de 1917 son relevadoras, la del 13 de julio constituye el núcleo teológico y profético de Fátima. Contiene lo que conocemos como los tres secretos de Fátima, aunque en realidad fueron dados en una sola visión.
Primer Secreto: La Visión del Infierno
Los niños vieron un mar de fuego lleno de demonios y almas condenadas. Esta visión aterradora no pretendía provocar desesperación, sino despertar la urgencia de la conversión. Inmediatamente, la Virgen dijo:
“Han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.”
Esto es clave: la devoción al Inmaculado Corazón es el medio designado por Dios para evitar la pérdida eterna de las almas. La visión del infierno no fue el final del mensaje, sino el inicio de la misericordia.
Segundo Secreto: La Profecía y el Remedio
La Virgen predijo el estallido de una guerra peor que la Primera Guerra Mundial si la humanidad no dejaba de ofender a Dios. Advirtió sobre la propagación de los errores de Rusia —en especial el materialismo ateo— por el mundo. Pero el cielo también ofreció el remedio: la consagración de Rusia a su Inmaculado Corazón y la práctica de los Cinco Primeros Sábados.
Si se cumplían sus peticiones, habría paz; de lo contrario, seguirían guerras y persecuciones. No obstante, prometió con certeza maternal:
“Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”
Tercer Secreto: La Visión de la Iglesia Sufriente
La parte final de la visión del 13 de julio se mantuvo en secreto hasta el año 2000. Muestra una visión simbólica de un papa —“un obispo vestido de blanco”— que sube una montaña de sufrimiento y finalmente es martirizado junto a obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. La escena concluye con ángeles recogiendo la sangre de los mártires y ofreciéndola a Dios.
Como explicó el cardenal Ratzinger, este mensaje no es una profecía determinista, sino un llamado a la conversión. Nos recuerda que la Iglesia, como su Señor, debe pasar por el Calvario para llegar a la Resurrección. No es el final del mensaje de Fátima, sino el contexto necesario para participar en su misión.
La Devoción de los Cinco Primeros Sábados
En 1925, la Virgen y el Niño Jesús se aparecieron a Sor Lucía y le solicitaron la práctica de los Cinco Primeros Sábados, que consiste en:
- Confesión
- Comunión
- Rezo del Rosario
- Quince minutos de meditación sobre los misterios del Rosario
Todo ello debe realizarse durante cinco primeros sábados consecutivos con la intención de reparar las ofensas al Inmaculado Corazón de María.
Jesús reveló después a Lucía que estas reparaciones corresponden a cinco tipos de ofensas contra la Virgen:
- Negar su Inmaculada Concepción
- Negar su virginidad perpetua
- Negar su maternidad divina
- Insultar sus imágenes
- Corromper a los niños alejándolos de Ella
Esta devoción es profundamente eucarística. Nos une al Corazón de Jesús a través del Corazón de María y nos prepara para la gracia de la perseverancia final.
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La Consagración de Rusia y el Triunfo del Inmaculado Corazón
El peso universal y eclesial del mensaje de Fátima ha sido confirmado por los testimonios de los últimos Papas:
Pablo VI visitó Fátima en 1967, cincuenta años después de las apariciones, y reafirmó su llamado permanente a la penitencia y la oración.
San Juan Pablo II tuvo una conexión especialmente profunda con Fátima. Tras sobrevivir al atentado del 13 de mayo de 1981 —aniversario de la primera aparición—, atribuyó su salvación a la Virgen de Fátima. Posteriormente, colocó la bala del atentado en la corona de la imagen original de Nuestra Señora de Fátima en Portugal.
La petición de la consagración de Rusia es uno de los elementos más comentados del mensaje de Fátima. Nuestra Señora pidió que el Santo Padre, en unión con los obispos del mundo, consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón. Aunque hubo muchos intentos, no fue hasta 1984 cuando el Papa Juan Pablo II, en unión con los obispos, realizó este acto de consagración. Sor Lucía confirmó más tarde que esto cumplió con la petición de Nuestra Señora.
Sin embargo, el Triunfo del Inmaculado Corazón no es un acontecimiento único, sino un desarrollo gradual. Implica la conversión de los corazones, la renovación de la vida cristiana y el regreso de las naciones a Dios. La promesa de Nuestra Señora —«Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará»— nos invita a una esperanza viva, arraigada en la misericordia divina y la intercesión maternal.
Al mismo tiempo, su triunfo aún no está completo. Sor Lucía describió el mensaje de Fátima como una especie de “semana”, donde la consagración de 1984 marca el inicio del “tercer día”. Aún quedan cuatro “días” por venir. El cumplimiento de su promesa depende de nuestra respuesta, principalmente a través de una conversión diaria del corazón y de la práctica extendida de la devoción de los Cinco Primeros Sábados.
María como Corredentora y Mediadora
En el centro del mensaje de Fátima está una teología mariana profundamente arraigada en la Escritura y la Tradición. María no es solo mensajera; participa en la obra redentora. Su papel como Corredentora —que sufre con y bajo Cristo para la redención del mundo— se revela de manera implícita en Fátima.
Su Corazón Inmaculado es herido por los pecados de la humanidad, pero Ella lo ofrece con amor. Nos invita a consolar su Corazón y a colaborar en la redención de las almas mediante nuestras oraciones y sacrificios. Esta es la esencia de la corredención cristiana.
Fátima Hoy
Algunos podrían pensar que Fátima es un mensaje del pasado. Todo lo contrario: su urgencia solo ha aumentado. El rechazo de Dios, la confusión moral, la desintegración de la familia y las amenazas a la paz nos llaman a acoger nuevamente el mensaje de Fátima.
Fátima no es una devoción privada, sino un llamado profético del cielo. Es un mensaje eclesial al que toda la Iglesia debe responder. El rezo diario del Rosario, la adoración eucarística, la penitencia, la reparación y la consagración mariana no son opcionales: son la estrategia del cielo para el triunfo de la misericordia.
Conclusión
El mundo no conocerá la paz hasta que se vuelva al Inmaculado Corazón de María. Esto no es solo poético: es teológico. En su providencia, Dios ha confiado la paz al Corazón materno de quien llevó en su seno al Príncipe de la Paz.
Responder a Fátima es asumir nuestro lugar en la misión mariana de la Iglesia. Es sufrir con María por la salvación de las almas. Es creer que su promesa es cierta: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
Escuchemos, pues, su llamado con generosidad. Consagrémonos y consagremos nuestras familias. Vivamos los Primeros Sábados. Vivamos el Rosario. Y confiemos, con santa seguridad, en el triunfo que ya ha comenzado.