4 Pruebas de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía

por | Vida espiritual

La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana (LG 11). En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están

«contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero» (Concilio de Trento: DS 1651).

Se habla de presencia “real” porque no es simbólica ni figurada, sino substancial: Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, se hace totalmente presente en la Eucaristía (MF 39). Por la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre —lo que la Iglesia llama transubstanciación— Cristo se hace presente en las divinas especies. 

Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción […] por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación

Según el Catecismo, la presencia real de Cristo en la Eucaristía comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies sacramentales. Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo. 

Desde los primeros siglos, los cristianos han defendido esta verdad de fe, aunque muchas veces ha sido cuestionada o reducida a un mero símbolo o metáfora. Por ello, en este artículo vamos a presentar 4 pruebas claras de la presencia real de Cristo en la Eucaristía: el testimonio de la Biblia, los escritos de los Padres de la Iglesia, los milagros eucarísticos confirmados por la ciencia y las enseñanzas de los santos.

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La Eucaristía en la Biblia

En la Sagrada Escritura encontramos abundantes referencias a la Eucaristía. El Antiguo Testamento ofrece múltiples prefiguraciones de este misterio. Mientras que en el Nuevo Testamento es Cristo mismo quien lo anuncia, lo enseña y finalmente lo instituye.

En lo que sigue veremos tres pasajes clave: el Discurso del Pan de Vida, los relatos de la Institución de la Eucaristía y las enseñanzas de San Pablo. 

Discurso del Pan de Vida y de la Eucaristía

Cuando Jesús hablaba de sí mismo lo hacía de dos modos: simbólicamente (Yo soy el camino, la verdad y la vida) y literalmente. En el primer caso, solía explicar a sus discípulos el sentido de sus palabras. Sin embargo, al hablar de la Eucaristía, el Señor no hacía aclaraciones porque su enseñanza era literal y clara. Y sus contemporáneos así lo entendieron. 

En el Discurso del Pan de Vida y de la Eucaristía, el Señor revela este misterio a sus seguidores (Jn 6, 24-59). El contexto del capítulo es el siguiente: Jesús ha obrado el milagro de la primera multiplicación de los panes. Y como la gente había comido hasta hartarse, querían apoderarse de Él para coronarlo rey porque lo veían como un dispensador de bienes materiales y no espirituales. Por ello, Jesús se aleja y se dirige hacia Cafarnaúm. La muchedumbre lo buscó hasta encontrarlo.  Al verlos, Jesús les dijo:

Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es Él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello. (6, 27)

Ellos le preguntaron qué debían hacer para realizar las obras de Dios. Cristo les respondió:

La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que Él ha enviado. (6, 29)

Nuevamente pidieron un signo para creer en Jesús, a pesar de que hacía tan poco tiempo que había multiplicado los panes:

Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. (6, 32)

Ellos le pidieron que siempre les diera de ese pan porque pensaban que Jesús les hablaba del pan que les había multiplicado para que comieran. Jesús les revela:

Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed […] (6, 35)

Los judíos se asombraron ante esta revelación. Ellos conocían a sus padres, María y José y no podían creer que Jesús hubiera descendido del Cielo. Frente a su incredulidad, el Señor les insiste:

Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo. (6, 48-51)

Jesús empezó a hablar literalmente y los judíos lo tomaron al pie de la letra y se escandalizaron de lo que decía. 

Discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». (6, 52)

Ciertamente, las palabras de Jesús y la enseñanza católica sobre la Eucaristía son difíciles de creer. Y porque Jesús sabía que muchos malinterpretarían sus palabras, afirma abiertamente que su cuerpo se convertiría en nuestro alimento espiritual para alcanzar la Vida Eterna:

Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. (6, 53-55)

Jesús también enseñó sobre los magníficos efectos que produciría la Eucaristía en el alma de aquellos que lo recibieran con devoción:

El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por Mí.  […] El que come de este pan, vivirá eternamente (6, 56-58)

Este es el único momento en que se relata que algunos discípulos abandonaron a Jesús a causa de sus palabras. Él no trató de retenerlos ni de suavizar su mensaje. Aquellos hombres eran de su propio pueblo, compartían su lengua, conocían su rostro y su manera de expresarse. Sin embargo, se escandalizaron cuando afirmó que su carne era verdadera comida. Si Jesús hubiera hablado solo de un banquete simbólico, no habría provocado tal rechazo, pues la religión judía y las culturas del mundo antiguo estaban llenas de comidas rituales.

Las enseñanzas de Jesús en este pasaje del Evangelio son clarísimas. Él se identifica como el pan vivo bajado del Cielo. También anuncia que este pan que dará es su propio Ser. Y que, al comerlo, viviremos unidos a Él y recibiremos de su generosidad la vida eterna. Evidentemente, Jesús está hablando de la Eucaristía y está enseñando sobre su presencia real en este sacramento y todo lo que producirá en el alma de los fieles que lo reciban. 

Relatos de la Institución de la Eucaristía

La Institución de la Eucaristía se encuentra en los Evangelios Sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) y en la Primera Carta a los Corintios de San Pablo.

San Mateo, que fue testigo presencial de la Institución de la Eucaristía, narra:

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: «Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados». (Mt 26, 26-28)

Cuando Dios dice una cosa, esta acontece (Is 55, 11). Su palabra es efectiva: Esto es mi cuerpo (Mc 14, 22-24). No dijo “Esto simboliza mi Cuerpo” sino “Esto ES”. Habiendo dicho Cristo “Este es mi cuerpo” hace que el asunto sea más claro todavía porque, en el pensamiento judío, no hay oposición entre cuerpo y alma. “Mi cuerpo” quiere decir la persona en su totalidad. “Esto es mi cuerpo” significa “esto soy Yo”.

La autoridad de San Mateo como apóstol y testigo de la Última Cena es más que suficiente para afirmar la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Sin embargo, este hecho es tan esencial que Marcos y Lucas también lo narraron y de modo muy similar:

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.  Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos». (Mc 14, 22-24)

Posiblemente, San Marcos, ha relatado lo que ha oído de labios de San Pedro. Por su parte, San Lucas añade detalles significativos:

Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios». Y tomando una copa, dio gracias y dijo: «Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes». (Lc 22, 14-20)

Jesús anhelaba esta Última Cena porque en ella instituiría la Eucaristía, la Santa Misa y el Orden Sagrado. Y confiaría estos misterios a sus apóstoles para que los continuaran celebrando hasta el fin de los siglos. San Pablo confirma este mandato transmitiendo lo que él mismo recibió de la tradición apostólica:

Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía». (1 Cor 12, 23-27)

Jesús estaba celebrando la Pascua, y para los judíos “hacer memoria” no es solamente recordar un hecho histórico, un recuerdo de algo pasado, sino un REVIVIR. Un “memorial” para los cristianos y judíos es una proclamación eficaz de la obra poderosa que Dios hace de nuevo. Significa que el acontecimiento irrepetible del Calvario se hace realidad en el presente por medio del Espíritu Santo. En el altar, el pan y el vino se convierten en el Jesucristo de aquel primer viernes santo en el lugar del Calvario. 

Las enseñanzas de San Pablo

San Pablo, en los capítulos 10 y 11 de la Primera Carta de los Corintios explica el misterio eucarístico y da consejos prácticos para la vida cotidiana de la comunidad.

En primer lugar, comenta la unión íntima entre el alma y Cristo al comulgar:

La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? (I Cor 10, 16)

Por la comunión, también nos unimos a toda la Iglesia, que es el Cuerpo Místico de Cristo. La Eucaristía sustenta la unidad de la Iglesia al fomentar la Comunión de los Santos:

Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan. (I Cor 10, 17)

San Pablo ordena no participar en los banquetes paganos. Si queremos que la Comunión dé frutos en nuestras vidas, no podemos vivir como paganos en la semana y como cristianos el domingo. Es necesaria una integridad de vida:

No, afirmo sencillamente que los paganos ofrecen sus sacrificios a los demonios y no a Dios. Ahora bien, yo no quiero que ustedes entren en comunión con los demonios. Ustedes no pueden beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios; tampoco pueden sentarse a la mesa del Señor y a la mesa de los demonios. (I Cor 10, 20-21)

El apóstol enseña, en el capítulo 11 (donde también está narrada la institución de la Eucaristía) que la Eucaristía es realmente el Cuerpo y la Sangre del Señor. Tanto él como sus sucesores están autorizados a perpetuar el acto sagrado de la consagración. La Santa Misa es un sacrificio, es el mismo del Calvario. La Eucaristía es inseparable de la Pasión. Y se celebrará hasta la Segunda Venida de Cristo:

Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva. (I Cor 11, 26)

Por último, advierte que la Eucaristía debe recibirse dignamente, con plenitud de fe y humildad. No podemos comulgar sin entregarnos y rendirnos por completo ante el Señor. Una comunión en pecado mortal es causa de debilidad espiritual, enfermedad corporal y de condenación eterna: 

Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación.

Por eso, entre ustedes hay muchos enfermos y débiles, y son muchos los que han muerto. Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos condenados.

Pero el Señor nos juzga y nos corrige para que no seamos condenados con el mundo. (I Cor, 27-32)

Si frecuentamos la Eucaristía, no podemos vivir como mundanos. Examinemos nuestra vida y pidamos la gracia de crecer en amor al Señor y devoción al Santísimo Sacramento. Debemos esforzarnos por ser fieles a Jesús, cumpliendo sus mandamientos. Él lo dijo:

El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él. (Jn 14, 21)

En los escritos de los Padres de la Iglesia

La creencia en la Presencia Real no es una invención de la teología medieval, sino una verdad de fe constante y original que se remonta a los primeros siglos del cristianismo.

Los escritos de los Padres de la Iglesia, quienes fueron los primeros en recibir y transmitir la fe apostólica, ofrecen un testimonio unánime de esta verdad. Su lenguaje es claro y directo. La Presencia Real era una doctrina central desde el principio.

El documento cristiano más antiguo fuera del Nuevo Testamento, la Didajé (c. 48 d. C.), hace referencia a la Eucaristía como un sacrificio puro y exige la confesión de los pecados antes de participar.

San Ignacio de Antioquía (c. 107 d. C.), discípulo del apóstol San Juan, es una de las fuentes más contundentes. En sus cartas, se refiere a la Eucaristía como la carne de nuestro Salvador Jesucristo y la sangre de Dios. Incluso condena a los herejes que se abstienen de la Eucaristía porque ellos no admiten que la Eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo. San Ignacio consideraba que negar esta verdad era separarse de la Iglesia. También describe la Eucaristía como una medicina de inmortalidad, antídoto para no morir, y alimento para vivir en Jesucristo por siempre.  

San Justino Mártir (c. 165 d. C.), en su defensa de la fe ante las autoridades romanas, testificó que el pan y el vino eucarísticos no son comida común, sino la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó. Su testimonio es particularmente valioso porque responde a la acusación de canibalismo por parte de los paganos, lo cual demuestra que la creencia en la presencia física de Cristo en el sacramento era tan literal que resultaba incomprensible y ofensiva para el mundo exterior.

La consistencia y la claridad de estos testimonios, desde la primera generación de cristianos, refutan la idea de que la doctrina de la Presencia Real es una invención posterior o una desviación de la fe original. Por el contrario, la evidencia histórica establece una línea de continuidad ininterrumpida desde Cristo y los Apóstoles hasta la fe de la Iglesia actual.

Los Milagros Eucarísticos

A lo largo de la historia, la fe de la Iglesia en la Presencia Real ha sido confirmada por signos extraordinarios conocidos como milagros eucarísticos. Estos eventos, que involucran la transformación de las especies de pan y vino en carne y sangre visibles, son signos que buscan fortalecer la fe y conmover el corazón de los creyentes y los escépticos.

Uno de los más recientes reconocidos por la Iglesia ocurrió en Polonia. El 25 de diciembre de 2013, en la iglesia de San Jacinto en Legnica, una hostia consagrada cayó al suelo durante la Santa Misa y fue colocada en agua, como indica la norma. Pasados unos días, apareció en ella una mancha roja. El obispo ordenó una investigación científica.

Los análisis realizados en varios institutos forenses descartaron bacterias u hongos. Confirmaron que los fragmentos correspondían a tejido de músculo cardíaco humano en estado de agonía. El Vaticano reconoció el carácter sobrenatural del hecho y, en 2016, el obispo local dispuso que la reliquia fuera expuesta para la adoración de los fieles.

Resulta muy significativo que sucediera en un templo bajo la advocación de este santo, pues San Jacinto (1185-1257) fue también protagonista de un milagro eucarístico. Durante la invasión mongola a Kiev, salvó las hostias consagradas y, animado por la Santísima Virgen, llevó milagrosamente también su pesada estatua, que se volvió ligera. Junto a sus frailes, logró cruzar el río Dniéper sin ser visto por los invasores, poniendo a salvo ambos tesoros: Cristo en la Eucaristía y su Madre Inmaculada.

Este milagro guarda una sorprendente similitud con otros reconocidos, como el de Lanciano (s. VIII), Sokółka (2008), Tixtla (2006) y Buenos Aires (1996).

Si quieres conocer más milagros eucarísticos, puedes visitar el sitio web creado por San Carlo Acutis. El santo milenial recopiló diversos milagros eucarísticos a lo largo de la historia y en distintas partes del mundo.

El testimonio de los santos

Nuestro Señor dijo:

Por sus frutos los conocerán (Mt 7, 16)

El efecto que ha provocado la Eucaristía en tantas almas que han sido devotas es admirable. Los santos se han enamorado del Santísimo Sacramento. En Él encontraban todas sus alegrías y consuelo para los momentos tristes. Solían comulgar a diario. Pasaban tiempo junto a Jesús Sacramentado en horas de adoración o visitas a una iglesia. Pensaban constantemente en su Jesús, su amigo amadísimo, que estaba escondido. Algunos llegaron a dar la vida por asistir a la Santa Misa o por defender el Santísimo Sacramento. Sin la Eucaristía es imposible ser santos.

Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes teólogos de la Eucaristía, tenía una devoción predilecta por el Santísimo Sacramento. Participaba en la Santa Misa tres veces al día. Y pasaba horas contemplando el sagrario. Fue su oración la que le dio tanta sabiduría para explicar las verdades de fe.

San Juan Bosco, por su parte, enseñaba que la Eucaristía y la devoción a María eran las dos alas para llegar a la perfección cristiana.

San Carlo Acutis, un joven evangelizador digital, llamó a la Eucaristía la autopista para llegar al Cielo y dedicó su vida a promover los milagros eucarísticos.

Los frutos que la devoción a la Eucaristía ha dado en los santos prueban también que Jesucrito está realmente presente en ella y que Él obra maravillas en las almas de quienes lo reciben con amor.

Hemos visto 4 pruebas irrefutables de la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Verdaderamente, Él está en el Santísimo Sacramento. Sus palabras en el Evangelio lo confirman. San Pablo lo predicó. La Iglesia desde sus inicios lo enseñó con fidelidad. Además, Dios ha regalado Milagros Eucarísticos con evidencias científicas que los respaldan para convencernos de esta verdad. Y los frutos espirituales y apostólicos en la vida de los santos evidencian que Jesús, por medio de la Santa Comunión, obra en ellos.  

A fin de cuentas, como enseña Santo Tomás de Aquino, la presencia real de Cristo en la Eucaristía

no se conoce por los sentidos sino sólo por la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios.

Tenemos que pedir al Señor la gracia de crecer en la virtud de la fe para creer firmemente en la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía. Podemos rezar esta preciosa oración compuesta por Santo Tomás, pidiendo este don y un amor ardiente por Jesús Sacramentado:

Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

 

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

 

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

 

No veo las llagas como las vió Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.

 

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.

 

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

 

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.

 

Amén.

¿Qué significa la presencia real de Cristo en la Eucaristía?

La presencia real significa que en la Eucaristía Jesucristo está verdaderamente presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, no como un símbolo o recuerdo, sino de manera sustancial. Esto quiere decir que, aunque permanecen las apariencias de pan y vino, en el momento de la consagración se convierten en Cristo mismo.

De este modo, en cada Misa y en cada Sagrario encontramos a Jesús vivo y resucitado, que se entrega a nosotros como alimento de vida eterna y permanece para ser adorado.

¿Qué pruebas bíblicas apoyan la presencia real en la Eucaristía?

La Eucaristía aparece en: el Discurso del Pan de Vida (Jn 6), donde Jesús habla literalmente de comer su carne y beber su sangre; los relatos de la Institución en Mateo, Marcos y Lucas; y las instrucciones y advertencias de San Pablo (1 Cor 10–11) sobre la comunión y su sentido sacramental. Estos textos sostienen la interpretación literal y sacramental del misterio.

¿Qué son los milagros eucarísticos y por qué confirman la presencia real?

Los milagros eucarísticos son hechos extraordinarios en los que las especies eucarísticas muestran signos físicos (carne, sangre, etc.) que han sido analizados científicamente. Ejemplos recientes y reconocidos por la Iglesia son Legnica (2013), Sokółka (2008), Tixtla (2006) y Buenos Aires (1996). Si bien la fe no depende únicamente de estos signos, los milagros refuerzan y ponen de relieve la realidad de la presencia real para muchos creyentes.

¿Cómo debo prepararme para recibir la Eucaristía dignamente?

Siguiendo la enseñanza de San Pablo (1 Cor 11), hay que recibir la Eucaristía con fe, arrepentimiento y examen de conciencia: evitar la comunión en pecado mortal (confesión sacramental previa si es necesario), acercarse con devoción y vivir coherentemente con el sacramento durante la semana. La comunión digna exige disposición espiritual y reverencia ante la Presencia Real.