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¿Quién fue Santa Catalina Labouré de la Medalla Milagrosa?
Santa Catalina Labouré fue una monja francesa, conocida por su papel en la creación de la Medalla Milagrosa. Nació el 2 de mayo de 1806 en Fain-lès-Moutiers, Francia, y entró en la Congregación de las Hijas de la Caridad en 1830.
En 1830, siendo aún novicia, Catalina Labouré experimentó una serie de visiones de la Virgen María. La más significativa ocurrió la noche del 18 de julio de 1830, cuando vio a la Virgen sobre un globo terráqueo, con rayos de luz saliendo de sus dedos. María le pidió que mandara a hacer una medalla basada en esa visión, prometiendo que aquellos que la usaran con fe y devoción recibirían grandes gracias.
Catalina Labouré, al principio renuente a revelar la visión, finalmente la compartió con su director espiritual, quien mandó hacer la medalla. Esta se conoció como la Medalla Milagrosa y sigue siendo usada por millones de católicos en todo el mundo.
Santa Catalina Labouré vivió una vida de servicio humilde, trabajando con los pobres y enfermos como miembro de su orden religiosa. Falleció el 31 de diciembre de 1876, a los 70 años. Fue canonizada por el Papa Pío XII en 1947, y su festividad se celebra el 28 de noviembre.
¿Dónde se encuentran sus restos?
Capilla Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, rue de Bac, París, Francia
Oraciones
Oración a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén.
Virgen Inmaculada de la Medalla Milagrosa que te manifestaste a Santa Catalina Labouré, como mediadora de todas las gracias, atiende a mi plegaria. En tus manos maternales dejo todos mis intereses espirituales y temporales y te confío en particular la gracia que me atrevo a implorar de tu bondad, para que la encomiendes a tu Divino Hijo y le ruegues concedérmela si es conforme a su Voluntad y ha de ser para bien de mi alma.
Eleva tus manos al Señor y vuélvelas luego hacia mi Virgen Poderosa. Envuélveme en los rayos de tus gracias para que a la luz y al calor de esos rayos, me vaya desapegando de las cosas terrenas y pueda marchar con gozo en tu seguimiento, hasta el día en que me acojas en las puertas del Cielo.
Amén.
Oración de San Juan Pablo II
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte Amén.
Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Vos. Ésta es la oración que tú inspiraste, oh María, a santa Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por el mundo entero. ¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en ti! ¡La maravilla de tu maternidad divina! Y con vistas a ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a la cruz de nuestro Salvador!
Tu corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora, en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos. Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos abiertas. Con la única condición de que nos atrevemos a pedírtelas, de que nos acerquemos a ti con la confianza, osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.
Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para estar al servicio del designio de salvación actuado por tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano, que la comunión supere todos los gérmenes de división que la esperanza cobre nueva vida en los que están desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas particulares, físicas o morales, por los que están tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por la duda de un clima de incredulidad, y también por los que padecen persecución a causa de su fe.
Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.
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