Los 7 Frutos de la Comunión en la Vida Espiritual

por | Vida espiritual

La Comunión es indispensable para nuestra santificación. Justamente, al recibir en ella al Santo de los Santos, Cristo mismo. Él se encarga de moldear nuestros corazones, comunicarnos sus gracias, darnos a conocer su Voluntad y ayudarnos a crecer en las virtudes necesarias para nuestro estado de vida.

Es tan grande el amor de Jesús que, no solo quiere habitar en nuestros corazones, sino también ser uno con nosotros, haciéndonos partícipes de su Vida Divina. Por ello, la Comunión Sacramental transforma el alma y facilita el camino de la santificación, que no es otra cosa que el amor perfecto a Dios. 

Por ello, San Pedro Julián Eymard aconsejaba:

En la inefable unión que el que comulga contrae con el Señor, llega el amor a Jesucristo al último grado de perfección y produce copiosísimas gracias. Por lo que debemos aspirar a la Comunión, y a la Comunión frecuente y aun cotidiana, por cuanto de bueno, santo y perfecto puedan sugerirnos la piedad, las virtudes y el amor.

En este artículo, siguiendo el consejo del santo, meditaremos en la importancia de la Eucaristía como medio perfecto para nuestra santificación. Veremos los siete maravillosos frutos de la Comunión en nuestras almas y cuáles son las disposiciones necesarias para que realmente transfigure nuestra vida. 

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Disposiciones para recibir la Comunión

Cuando recibimos la Comunión Sacramental, son varios los efectos que se producen en nuestra alma como consecuencia de la unión íntima con Cristo. La eficacia de esas gracias depende de las disposiciones interiores de quien comulga. Por ello, puede verse limitada si se ponen obstáculos voluntarios al sacramento.

En primer lugar, es esencial estar en gracia de Dios.  Si se comulga en pecado mortal, se comete un pecado mucho más grave, que es el sacrilegio. San Pablo advertía: 

si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación. (1 Cor 11, 29)

En cambio, si comulgamos con el alma limpia de pecado mortal, se acrecienta la gracia. Todo esto es posible porque se recibe a Cristo mismo, que es el autor de la gracia.

Los pecados veniales no son un impedimento para recibir la Eucaristía. Ahora bien, es conveniente tomar conciencia de ellos, arrepentirse y hacer un firme propósito de luchar contra nuestros vicios y malas inclinaciones. Si es a Cristo al que vamos a recibir, debemos tener la delicadeza de estar lo más limpios posible, de preparar nuestro corazón para que lo hospede ¿Quién de nosotros recibe a un amigo o familiar que va de visita con la casa sucia? ¿Por qué no podemos comportarnos del mismo modo con el Señor, que quiere morar en nuestra alma? Él nos dijo:

El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. (Jn 14, 27)

Por otro lado, la gracia puede fructificar si somos plenamente conscientes de a quién vamos a recibir. Muchas personas comulgan sin creer que Jesucristo está realmente presente en el Santísimo Sacramento. ¿Cómo podrá obrar el Señor en sus almas si no tienen fe? Es esencial que nos formemos, meditemos en oración sobre este misterio, que dimensionemos que estamos recibiendo a Cristo mismo, que pidamos una fe firme.

A medida que crecemos en conocimiento de la misericordia que el Señor nos ha mostrado en la Eucaristía, creceremos en asombro por sus obras y en amor. Y desearemos recibirlo con mayor frecuencia y fervor para darle nuestro amor. Así le ocurrió al Beato Andrés Beltrami:

Donde quiera que me encuentre, constantemente pensaré en Jesús en el Santísimo Sacramento. Fijaré mis pensamientos en el Tabernáculo Sagrado, aun por la noche, cuando despierte de mi sueño, adorándolo desde donde esté, llamando a Jesús en el Santísimo Sacramento, ofreciendo el acto que esté llevando a cabo en ese momento. Instalaré un cable telegráfico desde mi estudio hasta la Iglesia; otro desde mi recámara y un tercero desde el Refectorio; y tan seguido como pueda, enviaré mensajes de amor a Jesús en el Santísimo Sacramento.

En tercer lugar, debemos comulgar con recta intención. Esto quiere decir que comulgamos porque deseamos unirnos a Cristo, por amor a Él, por dar gloria y agradar a Dios Padre.

Tengamos cuidado con las comuniones por rutina, vanidad, compromiso. Muchas almas que se acostumbran a recibir a Jesús así terminan perdiendo la fe en la Eucaristía y dejan de comulgar. Si notamos que nuestro corazón se enfría, hagamos un acto de amor y rectifiquemos nuestra intención. No dejemos de comulgar, por el contrario, corrijamos el rumbo del corazón. Jesús desea ardientemente que lo recibamos. Así se lo reveló a Santa Margarita María de Alacoque:

Amo tanto el deseo de un alma de recibirme, que me apresuro a venir a ella cada vez que me llama con sus anhelos.

Por último, ayuda mucho a predisponer el alma para comulgar, el hacerlo con devoción, esto es que nuestra predisposición interior se refleje en nuestro exterior. No solo comulguemos con reverencia del cuerpo, si no también con el corazón rendido a la voluntad de Dios y dispuesto a entregarnos por completo a Él, para que obre en nosotros. Démosle el espacio para que la gracia dè fruto. 

Los Frutos de la Comunión

1. Acrecienta la unión con Cristo

Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Jesús. En efecto, el Señor dice:

Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él (Jn 6,56).

La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico:

Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn 6,57).

Cada Comunión Sacramental es una segunda y perpetua Encarnación de Jesucristo y establece una sociedad de vida y de amor entre el hombre y el Salvador. Y a medida que va creciendo esta unión con el Señor, nos vamos asemejando a Él cada vez más. El cristiano se transforma así por la Comunión en otro Cristo. San Pedro Julián lo explica así:

El hombre trabajará y Jesús dará la gracia del trabajo. El hombre guardará para sí el mérito; pero toda la gloria será para Jesucristo. Jesús podrá decir todavía a su Padre: Os amo, os adoro, sufro todavía y vivo de nuevo en los miembros de mi Iglesia (los cristianos).

2. Acrecienta la vida de gracia

Así lo dice el Catecismo:

Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, «vivificada por el Espíritu Santo y vivificante» (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

3. La comunión nos separa del pecado

 El Cuerpo de Cristo que recibimos en la Comunión Sacramental es «entregado por nosotros», y la Sangre que bebemos es «derramada por muchos para el perdón de los pecados». Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados. Es el remedio para curarnos de las heridas del pecado. Nos da las fuerzas necesarias para combatir por las virtudes para vivir con fidelidad a Cristo.

4. Borra los pecados veniales 

La Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Concilio de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de unirnos en Él. Por ello, en cada celebración eucarística pedimos perdón al Señor y nuestra alma queda purificada de los pecados veniales para que esté mejor dispuesta para recibirlo. 

5. Nos preserva de futuros pecados mortales

Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. Y más fácil se nos hará el progreso espiritual. La Comunión diaria era el secreto de los santos para conservar y acrecentar la vida de gracia y el amor a Dios y al prójimo. 

6. Fortalece la unidad de la Iglesia

Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. San Pablo, nos lo recuerda:

Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan (1 Co 10, 17).

San Agustín exhortaba:

Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis «Amén» [es decir, «sí», «es verdad»] a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes «amén». Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu «amén» sea también verdadero (San Agustín, Sermo 272).

7. Inclina a la práctica de la caridad con los más necesitados

La Santa Comunión nos ayuda a ver en los más desvalidos al mismo Cristo. Como Él nos enseñó en el Evangelio, si damos de comer a un hambriento, lo alimentamos a Él, si vestimos a un desnudo, lo vestimos a Él. Todo bien que hagamos al más necesitado, se lo hacemos al mismo Señor. San Juan Crisóstomo advierte:

Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. […] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno […] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (Hom. in 1 Co 27,4).

Frecuentar la Comunión Sacramental

¡Cuántos frutos maravillosos se producen en nuestras almas gracias a una Comunión bien hecha! ¡Y cuántos más por muchas comuniones recibidas con fervor! Demos gracias al Señor por su bondad y esforcémonos en comulgar cada día como si fuera nuestra última Comunión Sacramental.

Hagamos el firme propósito de no dejar nunca la Sagrada Comunión. Sigamos el consejo de San Pedro Julián Eymard:

Comulgad por Jesucristo, si no queréis comulgar por vosotros mismos. Comulgar por Jesucristo es consolarle del abandono en que le dejan la mayor parte de los hombres. Es decirle que no se engañó al instituir este Sacramento de espiritual refección. Es hacer fructificar los tesoros de gracia que Jesucristo ha encerrado en la Eucaristía solo para distribuirlos entre los hombres. Más aún, es dar a su amor una vida de expansión cual desea, a su bondad la dicha de favorecer, a su realeza la gloria de derramar sus beneficios.

Recemos junto a Santa Teresita del Niño Jesús:

Tú me escuchaste, único amigo a quien yo amo.
Para encantar mi corazón, te volviste hombre.
Derramaste tu sangre, oh qué supremo misterio.
Y todavía vives por mí en el Altar.
Si no puedo ver la brillantez de tu rostro
o escuchar tu dulce voz,
¡Oh mi Dios, yo puedo vivir por tu Gracia,
puedo descansar en tu Sagrado Corazón!

¿Qué es la Comunión Sacramental?

La Comunión Sacramental es la recepción del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino consagrados en la Santa Misa.

¿Qué son los frutos de la Comunión?

Los frutos de la Comunión son los efectos espirituales que produce recibir la Eucaristía en gracia con fe y recta disposición interior. 

¿Cuáles son los frutos y/o efectos de la Comunión?

Los frutos de la Comunión son:

  1. Acrecienta la unión con Cristo,
  2. Acrecienta la vida de gracia,
  3. Nos separa del pecado,
  4. Borra los pecados veniales,
  5. Nos preserva de los futuros pecados mortales,
  6. Fortalece la unidad de la Iglesia,
  7. Aumenta e inclina la práctica de la caridad.

¿Por qué es importante comulgar con frecuencia?

La Comunión frecuente multiplica sus frutos en el alma: afianza la unión con Cristo, aumenta la gracia y fortalece al cristiano en su camino de santidad. Por eso, muchos santos aconsejaban comulgar diariamente.

¿Qué frutos de la Comunión ayudan en la vida cotidiana?

En la vida diaria, la Comunión fortalece la fe, renueva el amor a Dios y al prójimo, inspira obras de caridad y ayuda a vencer tentaciones. Así, la Eucaristía transforma no solo el alma, sino también nuestras acciones cotidianas.