Esperanza Radical: Confiar en medio del pecado y el sufrimiento

por | Vida espiritual

Nota del editor: Lo que sigue es una adaptación de una charla dada por el Dr. Michael A. Dauphinais en la parroquia Ave Maria, Florida, el 1 de abril de 2025. El video original está disponible (en inglés) en https://vimeo.com/1070449148

El Dr. Michael A. Dauphinais es director del Departamento de Teología en Ave Maria University, donde ocupa la cátedra Padre Matthew Lamb de Teología Católica y codirige el Centro Tomista de Renovación Teológica. También es el conductor del podcast Catholic Theology Show, disponible en tu plataforma de podcast favorita.

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En el artículo anterior reflexionamos sobre la fe radical—creer tan profundamente en lo que Dios ha revelado y hecho por nosotros, que no necesitamos que nada cambie.

Tener fe radical es reconocer la bancarrota de nuestros propios esfuerzos para alcanzar a Dios, vivir bien o amar al prójimo. Significa admitir que no podemos lograrlo solos, pero que en Jesucristo, Dios hizo por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer. En Él encontramos redención, restauración y comunión con el Padre.

Comenzamos imaginando a una persona despertando en una cama de hospital sin recordar quién es ni en quién puede confiar. Esa amnesia refleja la condición espiritual de la humanidad. Pero Jesús entra en nuestro dolor y nuestra confusión para restaurar la memoria de Dios como Padre amoroso, y la nuestra como hijos amados.

Como nos recuerda Santa Catalina de Siena: Jesús es el puente que nos lleva de regreso a casa.

El Camino de la Esperanza

Hoy damos el siguiente paso en este camino: la esperanza. Pasamos de la desesperación a la esperanza, del resentimiento al amor, del exilio infernal al hogar celestial.

Imagina que vuelves a despertar en una cama de hospital. Esta vez sí recuerdas quién eres y en quién puedes confiar… pero está completamente oscuro. No ves a nadie, no puedes tocar a nadie. Así se siente a veces el camino de la esperanza. Sabes que el Hijo habita en vos. Sabes que el Espíritu Santo está presente. Sabes que el Padre es amoroso y misericordioso. Y sin embargo, el pecado y el sufrimiento siguen allí. No desaparecen.

El Salmo 42 expresa ese anhelo: “¿Por qué te abates, alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, porque aún he de alabarlo: ¡Salvación mía y Dios mío!”

Aun con fe, experimentamos oscuridad. Somos tentados a caer en la desesperación —pensar que nuestra situación no tiene remedio— o en el orgullo —pensar que no necesitamos ayuda.

Como antes, no te pido que compares tu historia con la mía ni con las que voy a contar, sino que te identifiques. Trata de comprender lo que quiero transmitir.

Jesucristo lo ha hecho todo. Pero su obra incluye nuestra respuesta libre. Cómo respondemos al pecado y al sufrimiento importa. Nuestras vidas importan.

Estas tres charlas siguen la estructura del Rosario. La fe es el misterio gozoso: el comienzo. La esperanza es el misterio doloroso: el camino difícil que debemos recorrer sin rendirnos. El amor es la comunión gloriosa de la Trinidad.

Como dijo San John Henry Newman: “La conversión ocurre en un momento; la santidad lleva toda una vida.” Esa es la historia de la esperanza.

Identidad y Esperanza

La esperanza, como la fe, está enraizada en la identidad: en quién es Dios, y en quiénes somos nosotros.

El padre Josh Johnson, en su libro Broken and Blessed, cuenta la historia de una mujer llamada Tanya. Su hijo estaba en la cárcel, su esposo acababa de morir, y al volver del funeral, tuvo un accidente y su auto se destrozó. Le dijo al padre Josh: “Soy una buena persona. ¿Por qué todo me sale mal? Si a Dios le importara, no estaría sufriendo tanto.”

El padre Josh se quedó en silencio, oró, y luego le respondió: “Déjame hablarte de un hombre llamado Pablo. Dios lo llamó a predicar su Evangelio. Pablo fue náufrago tres veces, apedreado, arrestado y finalmente ejecutado. O piensa en María—elegida para ser la Madre de Dios. Y sin embargo, sufrió profundamente: fue rechazada en Belén, tuvo que huir a Egipto, escuchar que habían matado a todos los primogénitos de sus amigos, vio a su Hijo ser malinterpretado, traicionado, negado, azotado y crucificado. María sufrió la pérdida de su esposo y de su único Hijo.”

Y luego añadió: “Dios no nos llama a evitar el sufrimiento. Nos llama en medio del sufrimiento.”

Tanya había crecido en la Iglesia, pero había llegado a creer mentiras sobre Dios. Como escribió el padre Josh: “Nunca vio a Dios tal como Él se revela en la Escritura y en la Iglesia.” Tanya creía en un Dios que evita el sufrimiento, no en un Dios que entra en él, lo transforma y camina con nosotros.

La Mentira que Debemos Rechazar

Esta es la segunda gran mentira del pecado original.

  • La primera fue: “Serán como dioses” —es decir, podrán manejar la vida por su cuenta.
  • La segunda es: “No morirán” —es decir, no sufrirán.

Entonces, cuando el sufrimiento llega, buscamos a quién culpar. Pero la mentira nunca fue cierta. Nos dice que podemos escapar o esquivar el sufrimiento y la muerte. Pero no podemos. Lo que debemos hacer es unirnos a Aquel que ya los venció!

En Juan 5,17 Jesús dice: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo.” Incluso cuando todo parece derrumbarse, Dios está obrando.

El Sufrimiento Tiene Valor

En el artículo anterior hablé sobre el Dr. Robert Redfield. El Papa Juan Pablo II le dijo: “Te equivocas sobre Dios. No es una fuerza de energía. Es una persona. Y también te equivocas sobre la oración: es la herramienta más poderosa que tenemos. Y sobre el sufrimiento: tiene valor.”

Redfield no lo creyó al principio. Pero 18 meses después, fue a Lourdes para la primera Jornada Mundial de los Enfermos. Allí, entre 25.000 personas, vio el verdadero milagro: no la curación física, sino la aceptación. Familias reconciliadas con el sufrimiento. Personas abrazando su cruz.

La esperanza radical incluye una aceptación radical: aceptar la voluntad de Dios tan completamente que no necesito que sea distinta.

En 1916, un año antes de las apariciones de la Virgen en Fátima, un ángel se les apareció a los pastorcitos y les dijo: “Sobre todo, acepten y soporten con paciencia el sufrimiento que el Señor les envíe.”

Maurice Baring, amigo de Chesterton, escribió: “Uno tiene que aceptar el dolor para darle sentido… Aceptar el dolor es el secreto de la vida.

«No te Estoy Castigando»

Emma Benoit, una adolescente de Louisiana, intentó quitarse la vida a los 17 años. Pero en el momento que lo estaba haciendo, le vino un sentimiento extraño y fortísimo, todo lo que sabía era que quería vivir. Detuvo lo que estaba haciendo, pero quedó paralizada del pecho hacia abajo de por vida. Al tiempo, en medio de su lucha, gritó a Dios: “¿Por qué?”

Y escuchó una voz: “No te estoy castigando. Te estoy premiando. Ten paciencia.”

En un instante, su resentimiento se transformó en gratitud. Empezó a ver su vida, su movilidad, sus manos —incluso su silla de ruedas— como regalos. “No te estoy castigando. Te estoy premiando.”

Un Momento a la Vez

Santa Teresita del Niño Jesús decía: “Yo solo sufro un momento.” Ella explicaba que la gente se desanima porque se queda atrapada en el pasado o se angustia por el futuro.

Jesús mismo lo dijo en Mateo 6,34: “No se preocupen por el mañana. Cada día tiene ya sus propios problemas.” Unos versículos antes dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo.” ¿Dónde está puesta tu mirada?

Si tratamos de cargar con las culpas de ayer o los miedos de mañana, colapsamos. Pero Dios nos da la gracia suficiente para hoy: nuestro pan de cada día.

A veces, al rezar, puedes hacer el ejercicio de encender tres velas: una por el pasado, una por el presente, y una por el futuro. Y luego apagar las primera y la tercera. El pasado está en manos de Dios. El futuro es desconocido. Pero el presente… es donde Dios está obrando.

Como dice Santo Tomás de Aquino: “Dios puede resucitar a los muertos, pero no puede cambiar el pasado.”

El pasado es lo que es.

Pero hoy… hoy podemos caminar con Él.

¿Qué Hace que el Sufrimiento sea Redentor?

Santo Tomás de Aquino enseña que no fue el mero sufrimiento de la Cruz lo que redimió al mundo, sino la aceptación voluntaria de ese sufrimiento por amor.

Lo que hizo redentora a la Cruz fue que Jesús la abrazó libremente, por amor al Padre y por amor a nosotros.

Y lo mismo pasa con nosotros. Nuestro sufrimiento se vuelve redentor cuando lo abrazamos con amor. Pero esto no es algo que podamos hacer solos. Por nuestra cuenta, lo resistimos. Culpamos a otros. Nos culpamos a nosotros mismos.

Caemos en la vergüenza, en la autocompasión, en la condena interior.

Y sin embargo, el sufrimiento sigue ahí. El dolor es real.

Por eso le pedimos a Jesús que haga en nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos: aceptar el sufrimiento en nosotros, como Él aceptó el suyo.

Una Historia Personal

Quiero compartir una historia personal. Hace algunos años, en Pentecostés, me caí de un caballo. No era buen jinete —pero pensé que podía correr una carrera contra un mini pony. Caí de golpe. Sin cámara lenta, sin recuperación elegante. Solo impacto directo. Arranqué el freno con la caída y aterricé fuerte sobre las costillas.

Me llevaron a la guardia, me costaba respirar. Yo había hecho una resolución espiritual: agradecer a Dios por todo. Así que dije: “Gracias, Señor. No entiendo esto, pero gracias.” —¿Qué son unas costillas rotas?

Pero luego vino una prueba más profunda.

Esa misma noche recibí un mensaje de texto de mi hijo. Decía simplemente: “Adiós, papá.” Estaba en medio de un intento de suicidio.

Todavía en la cama del hospital, con dolor, traté de escribirle, llamarlo. No respondía. Tuve que pedir ayuda a otros. Y por la gracia de Dios, unos amigos llegaron a tiempo y lo pusieron a salvo.

Pero luego vino la realidad más aterradora: ¿Y si lo pierdo?

Y recordé algo que un mentor me había dicho: “Aceptar la voluntad de Dios es estar dispuesto a aceptar cualquier resultado —incluso la muerte de tu hijo.”

No había forma de evitar ese dolor. Tenía que atravesarlo. Y tenía que entregarle a mi hijo completamente a Dios.

Recé: “Señor, antes de ser mío, él era tuyo. Te lo devuelvo.” No sabía qué iba a pasar después. Pero no tenía que saberlo. Porque sabía quién tenía el futuro en sus manos.

Del ¿Por qué? al ¿Quién?

Aprendí que “¿Por qué?” no es la pregunta que sana. La verdadera pregunta es: “¿Quién?”

¿Quién va a caminar conmigo en esto?

¿Quién me va a sostener?

¿Quién puede redimir este dolor?

Las cosas no simplemente nos pasan. En la providencia de Dios, suceden para nosotros.

Cuando aceptamos el sufrimiento con amor, y dejamos entrar a Jesús en medio de él, encontramos una paz más profunda que la comprensión.

Arrepentimiento y Vergüenza

¿Y qué pasa con nuestros pecados?

Mucho del sufrimiento que experimentamos viene de fuera… pero también hay dolor que proviene de nuestras propias decisiones equivocadas.

¿Cómo nos arrepentimos?

Empezamos admitiendo: No puedo arrepentirme por mí mismo. Si intento hacerlo por mis propias fuerzas, me justifico. Minimizo. Protejo mi ego.

Pero el arrepentimiento real dice: “Eso lo hice yo.”. Fui orgulloso, envidioso, lujurioso, glotón… ese fue mi pecado.

Y cuando hacemos eso, se abre la puerta a la sanación. Escuchamos a Jesús decirnos: “Vergüenza, fuera de ti.”

La Trampa de la Vergüenza

Hay una escena en la película «The Edge» donde unos hombres perdidos en la naturaleza descubren que han caminado en círculo y han regresado al mismo campamento de donde salieron. Se desesperan. Uno de ellos dice: “¿Sabes por qué la gente muere en el bosque? Por vergüenza.” Están tan enojados consigo mismos por haberse perdido que dejan de pensar con claridad.

Eso mismo nos pasa en el pecado. Nos llenamos de vergüenza, y el demonio usa esa vergüenza para mantenernos atrapados.

Antes de pecar, el enemigo nos dice: “No pasa nada, no es grave.”

Después de pecar, nos dice: “Esto no tiene perdón.”

Pero Jesús no es el acusador. Jesús es el abogado defensor.

Él dice: “La paz sea contigo. Yo no te condeno. Anda, y no peques más.”

Esperanza Ciega

Santa Teresita del Niño Jesús le escribió una vez a su hermana: “Aunque hubiera cometido todos los pecados del mundo, no perdería nada de mi confianza en Dios. Me lanzaría a sus brazos, porque sé cuánto ama al hijo pródigo.”

Eso es esperanza ciega. Una esperanza que no se basa en el mérito propio, sino únicamente en la misericordia de Dios.

Santo Tomás de Aquino enseña que la esperanza no se apoya en nuestra fuerza ni en nuestras virtudes, sino en el poder y la misericordia de Dios.

Y por eso, Tomás habla de la certeza de la esperanza. No es arrogancia. No es presunción. Es confianza. Confianza en que Dios nos llevará de regreso a casa, porque nosotros no podemos hacerlo por nuestra cuenta.

El Deseo del Cielo

C.S. Lewis, en El problema del dolor, escribió:

“Ha habido momentos en que pienso que no deseamos realmente el cielo;
pero más a menudo me descubro preguntándome si, en lo profundo,
alguna vez hemos deseado otra cosa.”

Todos nuestros anhelos —nuestra sed de paz, de belleza, de justicia, de amor verdadero— son ecos del deseo más profundo del alma: el deseo del cielo. Lewis lo llamó la firma secreta del alma.

Jesús, el Buen Pastor

En la Iglesia primitiva, los cristianos no podían mostrar cruces en público, pero en las catacumbas pintaban a Jesús como el Buen Pastor, cargando una oveja sobre los hombros. Le daban un bastón de filósofo —el símbolo de quien prepara para la muerte.

Benedicto XVI decía que hoy esperamos que la ciencia o la política nos rediman. Pero el hombre no es redimido por la ciencia ni por la inteligencia, sino por el amor— el amor absoluto e incondicional de Jesucristo.

Por eso el Salmo 23 puede decir: “Aunque camine por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo.”

Ya no caminamos solos por la muerte. Jesús fue primero. Él toma nuestra mano.

«Todo Está Bien»

En la década de 1870, Horatio Spafford perdió a su hijo, luego su negocio, y después a sus cuatro hijas en un naufragio. Su esposa sobrevivió y le envió un telegrama que decía: “Salvada sola.”

Spafford se embarcó para reunirse con ella. Cuando el barco pasó por el lugar donde había ocurrido el naufragio, él se puso de pie en oración… y escribió estas palabras:

Cuando la paz, como un río, inunda mi camino,
Cuando el dolor, como olas del mar, golpea mi alma,
Cualquiera sea mi suerte, Tú me has enseñado a decir:
“Está bien, está bien con mi alma.”

Para Reflexionar

Ahora te invito a reflexionar:

¿Hay áreas de tu vida en las que estás resistiendo el sufrimiento o el duelo?

 

¿Hay pecados que te da demasiada vergüenza llevar ante Jesús

 

¿Puedes pedirle que cargue Él con lo que tú no puedes?

 

¿Puedes dejar que Él te diga al corazón: “Vergüenza, fuera de ti”?

Jesús, ayúdanos a esperar con una confianza ciega. Ayúdanos a decir con seguridad:

No necesito que nada sea diferente —ni el pasado, ni el presente, ni el futuro—
porque Tú estás conmigo. Y Tú eres suficiente.

Sigamos ahora en oración silenciosa, pidiéndole a Jesús y al Espíritu Santo que hablen a nuestro corazón y nos enseñen a esperar más en Él y confiar más en su divina Providencia. Escuchemos al Señor hablarnos mientras suena este himno «Está bien con mi alma» (It Is Well With My Soul):

Cuando la paz, como un río, inunda mi camino,
Cuando el dolor, como olas del mar, golpea mi alma,
Cualquiera sea mi suerte, Tú me has enseñado a decir:
Está bien, está bien con mi alma.

Está bien (está bien),
con mi alma (con mi alma),
Está bien, está bien con mi alma.


Aunque Satanás me ataque, aunque vengan las pruebas,
Esta bendita certeza me sostiene:
Que Cristo ha mirado mi estado indefenso
Y ha derramado su sangre por mi alma.


Está bien (está bien),
con mi alma (con mi alma),
Está bien, está bien con mi alma.


Mi pecado —¡oh, la dicha de este pensamiento glorioso!—
Mi pecado, no en parte sino en su totalidad,
Fue clavado en la cruz, y no lo cargo más.
¡Alabado sea el Señor! ¡Alabado sea el Señor, oh alma mía!


Está bien (está bien),
con mi alma (con mi alma),
Está bien, está bien con mi alma.