¿Qué nos enseña la Visitación de María?

por | Fiestas Litúrgicas

Cada 31 de mayo la Iglesia celebra la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel. Movida por la caridad, Nuestra Señora viajó para ponerse al servicio de la anciana Isabel, embarazada de seis meses. Cuando María la saludó, San Juan Bautista, aún en el seno materno, reconoció la presencia del Salvador y saltó de gozo. Así, anunció por primera vez la llegada del Mesías. 

El origen de esta celebración se encuentra en la Iglesia Oriental. En Bizancio, el 2 de julio se conmemoraba la “Deposición de la santa Túnica de la Theotokos” en la basílica de Santa María de las Blanquernas. Allí se veneraba un velo que, según la tradición, la Virgen María habría usado durante su visita a Santa Isabel. Esta valiosa reliquia había sido escondida tiempo atrás para protegerla de los saqueos, y fue devuelta al santuario justamente un 2 de julio, fecha que marcó el inicio de la conmemoración. Por ello, en esta fiesta se proclamaba el Evangelio de la Visitación.

Más adelante, en 1263, los franciscanos tomaron esta tradición mariana y la transformaron en la fiesta de la Visitación. Su celebración actual fue establecida por el Papa Urbano VI en 1389 con el objetivo de conseguir la unidad en la Iglesia durante el Cisma de Oriente.

Finalmente, tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, su fecha se trasladó al 31 de mayo, como broche de oro para el mes dedicado a la Madre de Dios.

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1. La concepción milagrosa de San Juan Bautista

El Evangelio de San Lucas (1, 5-25) narra que, en tiempos del rey Herodes, en Judea, vivía un sacerdote llamado Zacarías, perteneciente a la clase de Abías. Su esposa, Isabel, descendía del linaje sacerdotal de Aarón. Ambos llevaban una vida recta y devota. Así los describe el evangelista:

Eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor.

Sin embargo, arrastraban una pena profunda: no habían podido tener hijos, pues Isabel era estéril, y ya eran ancianos.

Un día, mientras Zacarías ejercía su turno en el Templo, le tocó por sorteo, como era costumbre, entrar en el Santuario para ofrecer el incienso. El pueblo oraba afuera en silencio, mientras el humo del incienso subía hacia el cielo. Fue entonces cuando, en medio de aquel momento solemne, se le apareció el Ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.

El corazón de Zacarías se agitó. El miedo lo paralizó por completo. Pero el ángel, con voz serena, lo tranquilizó:

No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan. El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto.

Aquellas palabras llenaron de asombro al anciano. Zacarías, confundido por el milagro anunciado, no pudo evitar preguntar cómo podía estar seguro de eso. Porque tanto él como su esposa eran ancianos. Fue entonces cuando el mensajero reveló su identidad:

Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo.

El pueblo, extrañado por la demora, aguardaba afuera. Cuando Zacarías por fin salió, no podía pronunciar palabra. Se comunicaba con señas, y todos comprendieron que había tenido una visión. Días después, terminado su servicio, regresó a casa.

Tiempo más tarde, Isabel, contra toda esperanza, quedó embarazada. Durante cinco meses se mantuvo en silencio, recogida en la intimidad de su hogar. Y mientras acariciaba el misterio que crecía en su interior, exclamaba con gratitud:

Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres.

2. La Visitación

Cuando Santa Isabel llevaba seis meses de embarazo, el ángel Gabriel se apareció a la Santísima Virgen y le anunció que había sido elegida para ser la Madre del Salvador. También le reveló:

Tu parienta Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y aquella que era considerada estéril se encuentra ya en su sexto mes, porque para Dios no hay nada imposible.

Con humildad absoluta, María aceptó la voluntad divina y se entregó como su esclava. En ese instante, el Hijo de Dios se encarnó en su seno inmaculado.

Pocos días después, movida por la caridad y el gozo de la misión que le había sido confiada, emprendió el viaje sin demora hacia un pueblo en la montaña de Judá, posiblemente acompañada por San José.

Al llegar, entró en la casa de Zacarías y saludó a su prima. Apenas escuchó su voz, el niño que Isabel llevaba en su vientre—San Juan Bautista—saltó de alegría. Ella llena del Espíritu Santo, exclamó:

¡Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno ¡Feliz tú, porque has creído que se cumplirá lo que te fue anunciado por el Señor!

Ante estas palabras, María elevó su canto de gratitud y proclamó el Magníficat:

Mi alma canta la grandeza del Señor y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque ha mirado con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante, todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!

María permaneció junto a Isabel durante aproximadamente tres meses, acompañándola en los últimos días de su embarazo antes de regresar a su hogar.

3. ¿Qué lecciones podemos aprender de la Visitación?

Podemos extraer numerosas enseñanzas de la Visitación:

  • Docilidad al Espíritu Santo:

En primer lugar, María parte «de prisa» porque quienes se entregan confiadamente en las manos de Dios obedecen con rapidez las mociones del Espíritu Santo. Debemos pedirle la gracia de estar atentos a esos movimientos interiores y obrar inmediatamente según nos indique el Divino Espíritu. 

  • Generosidad:

También, la Santísima Virgen nos enseña a salir de nuestro propio egoísmo. En ningún momento se dejó dominar por la comodidad. Ni tampoco puso como excusa su embarazo (¡y no cualquier embarazo!). Fue capaz de atravesar las montañas de Israel para dirigirse a la casa de Isabel. Porque su alma, entregada al Señor, sale de sí misma para darse sin reserva a los demás. Si cultivamos la intimidad con Dios, que habita en nuestras almas, viviremos de un modo más delicado la caridad con todos.

  • Llevar a Jesús:

Por otro lado, este pasaje evangélico nos muestra por primera vez a Nuestra Señora íntimamente asociada a la obra redentora de Cristo. Ella ha llevado a su propio Hijo, que es reconocido por Santa Isabel y por San Juan Bautista. Sintiendo la presencia del Divino Salvador, Juan, a la llegada de María, saltó en el seno de su madre. Entonces fue lavado del pecado original, recibió la gracia de Dios y fue santificado y consagrado para su misión como Precursor.

Del mismo modo, si nos identificamos con María, imitamos sus virtudes, y cuidamos la presencia de Jesús en nuestras almas, podremos lograr que Él nazca en los corazones de muchos. 

  • Fe y confianza en Dios:

Además, María es maestra de la fe, porque fue la primera en creer que se cumpliría todo lo que el Señor le reveló por medio del Ángel. Pidámosle que nos enseñe a cultivar esta virtud, a confiar ciegamente en los planes de Dios para nuestra vida y a entregarnos a su Voluntad.

Así sabremos reconocer los pasos de Jesús por nuestras vidas y nos convenceremos de que, aun en los momentos de mayor incertidumbre, no hay imposibles para quienes trabajan por Él.

  • Humildad:

Finalmente, la Santísima Virgen, no se atribuye méritos propios ante la obra de Dios. Por el contrario, en la Visitación, entona el Magnificat, un canto de alabanza y acción de gracias. La Virgen se ve a sí misma desde los ojos de Dios, se siente mirada y amada por él, y comprende con inmenso agradecimiento que la ha elegido por pura gracia. Al reconocerse así en la luz divina exulta de alegría. El canto humilde y exultante de alegría de María nos recuerda la generosidad, cercanía y ternura del Señor con los hombres.

  • Gratitud:

Nuestra Señora nos muestra que vivir en continua acción de gracias nos hace ver que todo lo recibimos del Señor, tanto lo bueno, como aquellas contrariedades que Él permite para hacernos crecer en nuestra vida espiritual, a ser más humildes y a confiar en su gracia, que sostiene nuestros esfuerzos.  

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¿Se habría imaginado María Santísima lo que su visitación a Santa Isabel obraría? Con solo llevar a Jesús, oculto en su seno, santificó a San Juan Bautista y comenzó a preparlo para su misión.

Juan es el último profeta, austero, consagrado desde el vientre y destinado a preparar el camino al Salvador. Su salto en el vientre materno simboliza el cumplimiento de la promesa y el inicio de su vocación profética. 

Por medio de la Santa Comunión, encarnemos a Jesús en nuestras almas. Y con confianza, llevémoslo, sin temor, a nuestros hermanos que lo necesitan. Dios puede obrar maravillas, por medio nuestro, en esos corazones, como hizo con Juan en la Visitación ¡Por ello, imitemos a la Santísima Virgen y confiemos en el poder de Dios y su sabiduría infinita!

¿Qué es la Visitación?

La Visitación recuerda el encuentro de María Santísima con su prima Santa Isabel luego de que el ángel Gabriel le anunciara que sería la Madre del Mesías y que su parienta se encontraba embarazada de seis meses a pesar de su ancianidad.

¿Cuándo es la Visitación?

La Visitación se celebra el 31 de mayo. 

¿Qué nos enseña la Visitación?

La Visitación nos enseña a:

  • Entregarnos confiadamente en las manos de Dios.
  • Obedecer con rapidez y docilidad las mociones del Espíritu Santo.
  • Salir de nosotros mismos para darnos por completo a los demás.
  • Llevar a Jesús siempre en nuestros corazones y darlo a conocer a cada persona que Dios ponga en nuestro camino.
  • No atribuirnos ningún mérito, sino reconocer en todo la obra de Dios. 
  • Vivir en una continua acción de gracias por cada bien recibido del Señor. 
  • Ser más humildes y confiar en su gracia para crecer en santidad. 

¿Qué le dijo Santa Isabel a María en la Visitación?

Santa Isabel, movida por el Espíritu Santo, exclamó al escuchar el saludo de María:

¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor.