Amor Radical: Amistad Eucarística y Misión

por | Vida espiritual

Nota del editor: Lo que sigue es una adaptación de una charla dada por el Dr. Michael A. Dauphinais en la parroquia Ave Maria, Florida, el 2 de abril de 2025. El video original está disponible (en inglés) en https://vimeo.com/1071987228

El Dr. Michael A. Dauphinais es director del Departamento de Teología en Ave Maria University, donde ocupa la cátedra Padre Matthew Lamb de Teología Católica y codirige el Centro Tomista de Renovación Teológica. También es el conductor del podcast Catholic Theology Show, disponible en tu plataforma de podcast favorita.

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Esta Cuaresma hemos estado recorriendo un camino de regreso al Padre, reflexionando sobre la fe radical, la esperanza radical y ahora, el amor radical.
Por “radical” me refiero a algo total y absoluto—creer tan profundamente que ya no necesito que nada sea distinto.

  • Fe radical: creer completamente en las promesas de Dios.
  • Esperanza radical: confiar en Él tan plenamente que las circunstancias no tienen que cambiar.
  • Amor radical: amar a Dios, a mí mismo y a mi prójimo tal como son, sin necesidad de que sean diferentes.

Estamos recorriendo un camino que va de la duda a la fe, de la desesperación a la esperanza, del resentimiento al amor—del exilio infernal al hogar celestial.

Del Exilio al Rescate

La fe comienza con una confesión de bancarrota. Si creemos que podemos negociar con Dios—darle un poco y esperar recibir algo a cambio—no estamos hablando del Dios cristiano.

El Evangelio comienza a hablar solo cuando reconocemos que no podemos hacer nada por nuestra cuenta. Estamos en peligro, en pecado, en muerte, y confundidos por el engaño del demonio.

Imagina que eres un astronauta en una estación espacial. Sales a una caminata por el espacio sin estar atado. Fuiste creado para estar unido, para estar en comunión con Dios. Pero con orgullo dices: “Quiero ser Dios.” Sueltas la cuerda y empiezas a flotar.

Cuando te das cuenta del error, intentas arreglarlo por tus propios medios—pero no puedes. No puedes detener el alejamiento. Estás exiliado, desconectado de la comunión.

¿Y qué hace Jesús?

Nos ve alejándonos… y se lanza tras nosotros en una misión de búsqueda y rescate. Nos alcanza en nuestro exilio, toma nuestra muerte sobre sí ofreciéndonos su mano, y si la aceptamos, nos lanza de nuevo al Padre. Muere completamente—tan plenamente que su naturaleza humana permanece en la muerte durante tres días. Pero como está enraizado en el amor divino… resucita.

Eso es lo que Él hace.

Y, sin embargo, todavía tenemos que tomar una decisión. La gracia ha sido ofrecida—pero debemos responder.

 

El Niño que se Convirtió en Dragón

En La travesía del Viajero del Alba de C.S. Lewis, hay un personaje llamado Eustace Clarence Scrubb—de quien Lewis dice que “casi se había ganado el nombre”—que entra en un mundo que no entiende. Se queja de todo, critica a todos y evita cualquier responsabilidad.

Un día, se aleja solo, llega a un valle y ve morir a un dragón. Al verlo, hasta se imagina que lo mató él. Luego encuentra un tesoro escondido, se echa a dormir sobre él con pensamientos codiciosos, como un dragón… y cuando despierta, se ha convertido en uno.

En la simbología cristiana, el dragón representa el pecado: es la antigua serpiente del jardín. Eustace se ha vuelto un monstruo—cortado de la raza humana.

Al principio quiere vengarse. Pero pronto se da cuenta de que lo que más desea es tener amigos. Desea la comunión. Pero no puede tenerla. Sigue siendo un dragón.

Nadie puede ayudarlo. No pueden sacarlo de la isla. Él no puede volar. Está atrapado.

Hasta que aparece Aslan.

Este personaje, que representa a Cristo, lo guía hasta una fuente de agua y le dice que se bañe… pero primero debe quitarse la piel. Eustace intenta arrancarse la piel: una capa, luego otra, y otra más… pero sigue siendo un dragón.

Entonces Aslan le dice: “Vas a tener que dejar que yo te la quite.” Eustace tiene miedo de las garras, pero ya no soporta más. Uno de los tesoros—un brazalete—le duele. Así que se recuesta… y deja que Aslan le arranque la piel.

La primera garra va tan profundo que Eustace dice: “Llegó hasta mi corazón.” Dolió más que nada. Pero cuando el león termina de quitar toda la piel, lo lanza al agua… y Eustace vuelve a ser un niño.

Somos como Eustace. Nos hemos convertido en dragones—y no podemos deshacernos del dragón por nuestra cuenta.

Incluso nuestros intentos de cambiar caen siempre en los mismos patrones. Después de cada retiro, cada misión, cada propósito de ser más paciente, más amable, más tranquilo… volvemos a fallar.

Nuestros esfuerzos nunca nos devolverán la pureza original con la que Dios nos creó.

El que Perdona el Pecado

G.K. Chesterton, en su autobiografía, escribió que se hizo católico para deshacerse de su pecado. Ninguna otra institución dice poder hacer eso. Algunas niegan que el pecado exista. O dicen que uno puede arreglarse solo. Solo la Iglesia ofrece el perdón verdadero.

Chesterton decía: “Cuando un hombre entra al confesionario—no importa cuán viejo, canoso o arruinado—sale como nuevo, como si tuviese cinco minutos de vida.” Eso es lo que hace la confesión. Eso es lo que hace el bautismo.

Pero todo comienza con reconocer: No puedo salvarme solo.

Como decía San Juan Pablo II: “El Evangelio es, ante todo, ese anuncio ardiente que un día nos sobrecoge y nos lleva a tomar la decisión de confiar nuestra vida a Jesucristo por la fe.”

Es renunciar al control. Es entregar la vida a Cristo.

Una Cultura de Resentimiento y Soledad

Vivimos en una sociedad herida por la soledad y la desesperanza.

En 2021, el CDC informó que el 40% de los jóvenes sufre sentimientos persistentes de tristeza y desesperanza. Uno de cada cinco ha considerado seriamente el suicidio.

La depresión profunda en chicas pasó del 12% al 29% entre 2010 y 2020. En chicos, del 5% al 12%. Y los chicos mueren por suicidio tres veces más que las chicas.

En 2023, el director de salud pública de EE.UU. declaró que la soledad era una epidemia—más peligrosa que fumar. Desde 1976 hasta hoy, la soledad entre los jóvenes ha crecido todos los años. En ese mismo período, la asistencia a misa cayó.

Las redes sociales tienen mucho que ver. Entre 2009 y 2013—cuando los smartphones se volvieron comunes—los problemas de salud mental y el aislamiento explotaron. Para 2011, el 75% de los adolescentes tenía iPhone.

Jonathan Haidt, en su libro La generación ansiosa, dice que sobreprotegemos a los niños en el mundo real… y los dejamos desprotegidos en el mundo virtual. Ya no aprenden a jugar, a resolver conflictos o a construir amistades.

Y sin embargo, hay esperanza. Los millennials están volviendo a la Iglesia más que las generaciones anteriores. Por primera vez, hay más varones jóvenes que mujeres jóvenes yendo a misa.

Cuando la gente necesita esperanza… vuelve a la Iglesia.

Hamlet y la Caída del Gorrión

La historia de Hamlet, de Shakespeare, es una historia de crisis existencial. La famosa frase “ser o no ser” no es la verdadera pregunta. La verdadera pregunta es: ¿cómo ser?

Mientras no sepamos vivir, la pregunta de si vale la pena vivir siempre nos va a atormentar.

C.S. Lewis escribió que el mundo de Hamlet es un mundo en el que todos “se observan unos a otros, forman teorías, escuchan, conspiran, llenos de ansiedad.”

Eso suena mucho a las redes sociales… y a nuestra vida actual.

Y en un mundo así, no podemos experimentar el amor.

Pero Lewis también dice que Hamlet, con el tiempo, encuentra su camino. En el Acto V dice: “Hay una providencia especial incluso en la caída de un gorrión.”
Vuelve a confiar en la providencia divina. Esa es la clave.

Cuando olvidamos a Dios, caemos en el miedo. Y el miedo lleva al resentimiento.

Del Resentimiento al Perdón Radical

Todos seguimos cargando con pedazos de nuestra vieja piel de dragón. El resentimiento es uno de ellos.

La palabra “resentimiento” viene del latín re-sentire: volver a sentir. Una herida que ocurrió una sola vez… puede sentirse mil veces más en la memoria.

La mayoría de nosotros piensa que no es rencoroso. Pero si nos detenemos y reflexionamos, muchas veces salen a la superficie esos resentimientos: con padres, con parejas, con jefes, con amigos.

Mientras los llevemos dentro, nos cerramos a la comunión con el Padre.

Perdonar no significa aprobar lo que está mal. No significa justificar comportamientos o volver a confiar en alguien que no es confiable.

La confianza se gana: es comportamiento constante a lo largo del tiempo. Yo puedo amar a alguien… y no por eso darle las llaves del auto.

Perdonar es soltar el control que el resentimiento tiene sobre nuestro corazón. “Qué vacío de mí… estar tan lleno de vos.” ¿Quién está viviendo gratis en tu cabeza?

El perdón radical comienza con una aceptación radical: aceptar tan plenamente lo que pasó, que ya no necesito que sea diferente. Porque ahora mismo… no es diferente.

El Poder de la Cruz

Jesús es nuestro modelo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
El Catecismo (n. 616) dice: “Jesús conocía y amaba a cada uno de nosotros cuando entregó su vida.”

Él te conocía completamente. Y aun así, te amó. No tienes que usar máscaras delante de Dios.

También tenemos que aprender a perdonarnos a nosotros mismos. Y, en algunos casos, incluso dejar de culpar a Dios.

Muchas personas llevan un resentimiento silencioso: “¿Por qué permitiste esto, Señor? ¿Por qué dejaste que esa persona se fuera, se alejara, muriera?”

Santa Teresita del Niño Jesús escribió: “Siento que soy caritativa… cuando es Jesús quien actúa en mí.”

Ella contó que una hermana del convento la irritaba profundamente. Entonces decidió sonreírle cada vez que la veía. Con el tiempo, esa hermana le dijo: “¿Por qué me quieres tanto?”

Y Teresita supo: era Jesús en ella, amando a través de ella.

Perdonar es una decisión. No depende de si alguien lo merece. El perdón sana. “El odio pesa. El perdón es liviano.”

La Vida es Corta, la Eternidad es Larga

Una sobreviviente del genocidio de Ruanda en 1994 me compartió su historia.
Estuvo escondida durante 89 días en un baño de 1 metro por 1,20, junto a otras seis mujeres. Su padre le había dado un rosario antes de que se ocultara.

En la oscuridad, se vio consumida por la ira y el dolor. Pero cuanto más odiaba, peor se sentía—física, emocional y espiritualmente. Comenzó a rezar el rosario, y eso le trajo paz. Sentía que María, Jesús y el Espíritu Santo estaban con ella.

Finalmente salió. Su casa había sido destruida. Se derrumbó y le dijo a Dios: “No puedo perdonar. No puedo seguir.”

Y escuchó en su corazón: “La vida es corta. La eternidad es larga.”

Su familia ya había terminado su camino. El suyo todavía seguía. Se levantó… y con el tiempo perdonó. Incluso al hombre que había asesinado a su hermano. Hoy es una misionera de la reconciliación.

Las seis “D” de la amistad eucarística

El amor radical nos llama a la misión. En este Año del Avivamiento Eucarístico, se nos invita a redescubrir la amistad eucarística.

Aquí te comparto seis prácticas—seis palabras clave con “D”—para restaurar nuestras relaciones enraizadas en Cristo:

1. Desintoxicación Digital

El celular nos embriaga. Activa respuestas de dopamina. Prueba hacer un ayuno digital: 28 días… o 2,8 días… o 28 horas… o incluso 28 minutos. Deja el smartphone o usa un flip phone. Sal a caminar.

Pensamos que el teléfono calma nuestra ansiedad, pero en realidad aumenta la ansiedad. Nos lleva a observar a otros, a sacar conclusiones, a vivir con la ansiedad de Hamlet.

2. Dragones

Las relaciones son difíciles entre dragones. Toda persona que amas es un dragón… o un dragón en recuperación. Y tú también.

Tenemos que baja nuestras expectativas de que nos vamos a llevar bien naturalmente con todas las personas en la familia, la parroquia o el trabajo. Eso no va a suceder.

Cuando eliminamos esta expectativa irrealista, y reconocemos “Ey, nos estamos llevando bastante bien, considerando que todos somos dragones”. Y eso nos dará más espacio para responder con amor. Eso es un avance.

3. Dedicar Tiempo a Tus Amigos

Llama a un amigo y agenda algo: un café, una caminata, una comida compartida.

Las amistades adultas no surgen espontáneamente. Cuando éramos chicos, había cercanía: aulas, vecindades, dormitorios. Cuando somos adultos, hay que planear.

Sé un misionero de la amistad. Organizá cenas. Invitá a conocidos.

Una pareja que conozco organiza cenas en su casa para que jóvenes católicos se conozcan… y gracias a eso ya se han formado decenas de matrimonios.

Santo Tomás decía: “Hay una alegría especial cuando los amigos se ven.”

Por eso el chisme es tan grave: roba a las personas la alegría de ser conocidas y amadas.

4. Desapegarse con Amor

Es difícil, pero esencial. No es indiferencia ni odio. Cada persona está en su propio camino. Estamos juntos, pero también nacimos solos y moriremos solos, uno por uno.

Es reconocer que cada uno somos responsables ante los demás… no por los demás. Mis hijos no son “míos”—son de Dios. Puedo dar lo mejor… pero el resultado no me pertenece. Cada uno tiene su propio camino.

5. Descartar la Desesperación

Nacimos para este momento. En el siglo XV, Santa Juana de Arco dijo: “No tengo miedo… nací para esto.” Y nosotros también.

Dios nos eligió antes de la creación del mundo (Efesios 1). Estamos aquí, en 2025, por una razón.

6. Divina Providencia

Tenemos que soltar el control y confiar en el amor de Dios.

San Pablo dice en Romanos 5,5: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.”

Y en Romanos 8,28: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman.”

Jesús dice en Juan 14: “Voy a prepararles un lugar… y volveré para llevarlos conmigo.”

Para Cerrar: De la Cruz a la Comunión

Ave Maria Parish

Mira el crucifijo que está aquí arriba mío. Al lado de la cruz central de Jesús, las sombras hacen que se vean dos cruces más. Muchas veces imaginé que eran las cruces de los dos ladrones, y quizás eso haya sido la intención del artista que lo diseñó. Pero, les pido que lo vean de nuevo conmigo. Un día, de repente vi a Jesús en la cruz levantando a Adán y Eva de sus cruces.

En los iconos orientales de la Resurrección, Cristo desciende al lugar de los muertos y extiende sus manos para sacar a Adán y Eva de sus tumbas.

Y también nos saca a nosotros. Nosotros, que hicimos un desastre. Nosotros, que nos convertimos en dragones.

Pero en Cristo… ya no somos dragones. Un día, no quedará ni rastro de esa vieja piel. En Jesús, somos restaurados: al Padre, a nosotros mismos, y los unos a los otros.

Como dice San Pablo en 1 Corintios 13: “El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.”

El amor radical carga, cree, espera y soporta—sin necesitar que nada sea distinto.

Para Reflexionar

Ahora te invito a reflexionar:

¿Qué resentimientos sigo cargando? ¿Dónde hay amargura en mi corazón?

 

¿Estoy dispuesto a dejar de estar amargado y permitir que Jesús me transforme?

 

¿Puedo aceptar lo que pasó, perdonar sin necesidad de que las cosas cambien?

 

Jesús… ¿puedes perdonar en mí? ¿Perdonar por mí? ¿Perdonarme a mí?

 

¿Puedo ver a Jesús amándome?

 

¿Puedo imaginar que quiere ser mi amigo en la Eucaristía?

 

¿Qué amistades o relaciones concretas podría cuidar más?

 

¿Cuál es una cosa concreta a la que Dios me está llamando como misión?

Sigamos ahora en oración silenciosa, pidiendo a Jesús y al Espíritu Santo que nos hablen al corazón sobre su amor por nosotros… y nuestra respuesta, cómo podemos amarlo más y amar más a los demás. Escucha la voz del Señor mientras oramos con este himno «Oh Dios más allá de todo elogio» (O God beyond all praising):

Oh Dios, más allá de todo elogio,
te adoramos hoy
y cantamos ese amor asombroso
que ni mil cantos pueden devolver.
Solo podemos maravillarnos
de cada don que envías,
bendiciones sin número
y misericordias sin final.
Elevamos nuestros corazones ante Ti
y esperamos en tu Palabra,
te honramos y adoramos,
nuestro gran y poderoso Señor.

Escucha, oh Salvador bondadoso,
acepta el amor que traemos,
para que quienes hemos recibido tu favor
te sirvamos como nuestro Rey.
Y aunque el mañana
traiga gozo o dolor,
triunfaremos en medio de la prueba
y te alabaremos igual.
Admirando tu hermosura,
y alegrándonos en tus caminos,
haremos de nuestra alegría
un sacrificio de alabanza.