En el artículo «¿Cuáles son las partes de la Misa y su significado?», te contamos que la Santa Misa se divide en dos grandes partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. La primera nos introduce en el misterio de Dios mediante la proclamación de su Palabra y la meditación sobre ella. De la misma manera en que Jesucristo pasó años predicando antes de su Pasión, la Iglesia nos dispone, antes de la renovación del sacrificio del Calvario, a escuchar con atención las Escrituras.
Cuando se proclaman los textos sagrados en la Misa, no estamos escuchando solo palabras antiguas, sino la voz viva de Cristo, que nos sigue hablando hoy con la misma autoridad con la que predicó hace dos mil años. San Jerónimo decía:
«Desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo».
Por eso, cada momento de la Liturgia de la Palabra tiene un propósito claro: alimentar nuestro espíritu, conocer mejor a Jesús, crecer en amor a Él fortalecer nuestra fe. Y, por encima de todo, prepararnos para recibir el Don precioso de la Eucaristía.
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El calendario litúrgico y los ciclos de lecturas:
La Iglesia, en su sabiduría, ha dispuesto un calendario litúrgico que guía la proclamación de la Palabra de Dios a lo largo del año. Este calendario se divide en distintos tiempos litúrgicos (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario), cada uno con su propio enfoque espiritual y sus lecturas características.
Para que los fieles puedan escuchar y meditar una gran parte de la Sagrada Escritura, la Iglesia estableció un sistema de ciclos litúrgicos para la proclamación de las lecturas:
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Domingos y solemnidades: Se siguen tres ciclos (A, B y C), que se van alternando cada año.
- Ciclo A: Se lee principalmente el Evangelio de San Mateo.
- Ciclo B: Se proclama el Evangelio de San Marcos.
- Ciclo C: Se utiliza el Evangelio de San Lucas.
- El Evangelio de San Juan se lee en momentos clave de cada ciclo, especialmente en los tiempos fuertes de la liturgia.
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Días de semana (ferias): En el Tiempo Ordinario, se sigue un ciclo de dos años (I y II).
- Año I: Se lee en los años impares.
- Año II: Se lee en los años pares.
Gracias a esta organización, un católico que asista regularmente a Misa durante tres años habrá escuchado casi la totalidad de los Evangelios y una gran parte del resto de la Biblia.
Este sistema no es arbitrario, sino que permite a los fieles recorrer toda la historia de la salvación y profundizar en la fe de manera progresiva. Así, la Liturgia de la Palabra no solo nos nutre espiritualmente en cada Misa, sino que también nos introduce en un camino de formación continua en la Palabra de Dios.
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La Liturgia de la Palabra está conformada por:
1. Primera Lectura

El Evangelio, texto principal de la Liturgia de la Palabra debe ser precedido por los escritos de los profetas enviados para anunciar la venida del Mesías. San Pablo lo explica de este modo:
Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. (Heb. 1, 1-2).
Dios no mostró de golpe todo su poder y bondad, sino que lo hizo progresivamente. El Antiguo Testamento ilumina el Evangelio. En sus personajes podemos ver prefiguraciones de Cristo porque ellos vemos anticipaciones de Cristo y su obra redentora.
La Primera Lectura siempre tiene relación con el misterio, con la fiesta o el Evangelio del día. De este modo, el Evangelio aparece como cumplimiento de la Ley y de los Profetas.
Esta lectura concluye con este pequeño diálogo entre el lector y los fieles.
Toma conciencia de tu respuesta, para no repetirla mecánicamente. En ella aclamamos, festejamos la Palabra de Dios que se ha hecho presente. Alabamos a Dios por su mensaje.
2. Salmo

El canto del salmo es una consecuencia casi espontánea de la acción divina sobre el corazón humano que ha escuchado la Palabra de Dios. La gracia llama a la puerta y el fiel responde con un canto.
Los salmos ayudan a comprender mejor las lecturas. Permiten dimensionar la solemnidad de la celebración, el tiempo litúrgico que se transita y el sacrificio eucarístico. Expresan los sentimientos que los textos sagrados deben despertar en los oyentes. En ese sentido, sirven para meditar en la Palabra de Dios.
Se entonan de modo responsorial. El pueblo repite un estribillo, que es como el leitmotiv del salmo, es decir, el tema recurrente, y un integrante del coro canta los diversos versículos.
Presta atención al contenido de los salmos y haz de ellos una oración personal, rezándolos mientras son recitados o cantados.
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3. Segunda Lectura

La segunda lectura se extrae de las Epístolas del Nuevo Testamento. Estas epístolas son cartas escritas por los apóstoles (San Pablo, Santiago, San Pedro y San Juan)
La segunda lectura se elige cuidadosamente para que se relacione con la primera lectura y con el tema del Evangelio del día.
Su objetivo principal es iluminar el mensaje de la primera lectura desde la perspectiva del Nuevo Testamento. Muestra cómo la fe cristiana encuentra su fundamento en las palabras y obras de Jesús y en la experiencia de la Iglesia primitiva.
La Segunda Lectura nos facilita la comprensión de las promesas y prefiguraciones del Antiguo Testamento. También nos exhorta a vivir de acuerdo con las enseñanzas de Cristo. Por último, nos recuerda la esperanza cristiana en la vida eterna. Nos anima a perseverar en la fe, teniendo puesta la mirada en el Cielo.
Concluye con el mismo pequeño diálogo entre el lector y los fieles de la Primera Lectura.
Con esta respuesta, la asamblea de los fieles, honra la palabra de Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias.
4. Canto del Aleluya

El canto del Alleluia prepara inmediatamente la proclamación del Evangelio. Esta palabra hebrea se traduce como «alabad a Yahvé«. Tiene un significado de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios en tiempos pasados, especialmente, la salvación.
Este cántico prefigura el cántico eterno de los santos que alabarán a Dios por su obra consumada en el final de los tiempos. De este modo, la liturgia que se desarrolla en la tierra se asocia a la liturgia celestial y se unen en la acción de gracias por la Redención. Como es un anticipo de las alegrías del cielo, debe ser cantado con gozo.
Tanto el sacerdote como el diácono que leen el Evangelio pueden entonar un versículo bíblico para acompañar el canto del alleluia.
En este momento de la Santa Misa durante ocasiones muy especiales, pueden cantarse las secuencias. Las más conocidas son el Stabat Mater del Viernes Santo, el Pregón Pascual, la secuencia de Pentecostés y la de Corpus Christi.
5. Evangelio

La última lectura de la Liturgia de la Palabra es el Evangelio. Tiene el lugar más importante entre ellas. Y es la más cercana al sacrificio eucarístico.
Este texto solo puede ser leído por un diácono o por el celebrante. Si el lector es un diácono, solicita una bendición especial al sacerdote, el cual le dice:
Si el sacerdote anuncia el evangelio, se prepara interiormente, profundamente inclinado ante el altar, repitiendo las palabras del profeta Isaías.
Es conveniente que también los fieles se preparen, pidiendo la gracia de oír con docilidad la palabra de Dios y de aprovechar sus enseñanzas. Pídele al Señor que purifique tu corazón distraído por las agitaciones del mundo y que limpie tus labios manchados por palabras vanas.
Cuando el sacerdote o el diácono, luego de su preparación interior, se trasladan al ambón, son acompañados, en las misas solemnes, con el incienso y con dos acólitos que llevan cirios encendidos. El incienso simboliza el «buen olor de Cristo» que se irradia del Evangelio. Los cirios, por su parte, representan la luz del mundo que irradia a partir de la Palabra de Dios.
El sacerdote o diácono saluda al pueblo con una exhortación a los fieles para que se sumen a su oración. Además, llama su atención sobre la importancia de lo que sigue. La expresión «El Señor esté con ustedes» quiere decir que la gloria de Dios esté en ustedes para que los convierta en templos vivos. El pueblo desea que el Espíritu Santo more en el ministro del Evangelio, ya que el celebrante lo invoca a la tercera persona de la Santísima Trinidad para ofrecer el sacrificio.
Antes de comenzar la lectura, el ministro y el pueblo se persignan, haciendo la señal de la cruz tres veces. En la cabeza indicamos que afirmamos con nuestro entendimiento la doctrina contenida en la Palabra de Dios que vamos a escuchar. Luego, en la frente, nos comprometemos a proclamar esa doctrina con nuestras palabras. Por último, en el pecho, demostramos que deseamos guardarla fielmente en nuestros corazones.
Los santos enseñan que al persignarnos antes de escuchar el Evangelio, podemos ahuyentar al demonio que se empeña en robarnos la semilla de la Palabra de Dios.
Ante la proclamación del Evangelio, el pueblo responde aclamando a Jesucristo, estando en pie, porque el Evangelio es su misma voz aquí y ahora en la Iglesia. Por eso se dirige a Él mismo.
A continuación, el sacerdote inciensa el Evangeliario y comienza su lectura.
El Evangelio debe escucharse de pie. Este gesto simboliza la prontitud de defender la fe o para obrar en consecuencia al mensaje escuchado. Somos siervos diligentes, preparados para servir a Dios que nos habla en su Hijo. Estar de pie también es un signo de respeto y nos ayuda a prestar atención.
Los fieles deben estar dispuestos a escuchar al Señor. Cuando oímos el Evangelio, estamos oyendo nuevamente al mismo Cristo hablando. Su Sagrado Corazón se nos abre y se nos entrega como alimento espiritual en sus palabras y obras. Pide la gracia de que encienda en tu corazón un deseo intenso de recibirlo pronto como alimento físico en la Eucaristía.
Terminada la proclamación, se da este diálogo entre el pueblo y el ministro, distinto al de la Primera y Segunda Lectura.
Cuando concluye la lectura del Evangelio, agradecemos al Señor por anunciarnos su Evangelio por boca del ministro. Esta exclamación resalta que el Evangelio es el culmen de la Revelación, que Dios lo ha dicho todo por medio de su Hijo, que es su Verbo. Nos recuerda las palabras de San Pedro:
¿A dónde iremos, Señor? Solo Tú tienes palabras de vida eterna.
El Evangelio debe encender de amor nuestros corazones.
Antes de comenzar la homilía, el sacerdote o el diácono besan el Evangelio y rezan esta breve oración:
Ciertamente, el Evangelio debe convertir nuestros corazones, así como convirtió al mundo entero al cristianismo. Debe destruir el pecado en el plano social e individual. Supliquemos al Señor la gracia de una sincera conversión y de un firme propósito de no ofenderlo más.
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6. Homilía

En la Homilía, el sacerdote predica el misterio de Cristo, especialmente el misterio pascual. Porque, en torno a este hecho central, gira toda la historia de la salvación y todo el conjunto de verdades de fe. En la Constitución de la Liturgia del Concilio Vaticano II se afirma:
La predicación es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la liturgia.
El sacerdote explica los hechos de la historia de la salvación y lo aplica a la actualidad, mostrando cómo
Hoy se cumple este pasaje de las Escrituras. (Lc. 4, 21)
En segundo lugar, predica la doctrina que se deriva del texto proclamado. Por último, extrae las consecuencias que siguen en el orden moral.
En la homilía se exponen, durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana.
El Espíritu Santo habla por medio del celebrante, instruyéndolo para que enseñe convenientemente. También, mueve el corazón de los oyentes para que escuchen con gusto la Palabra de Dios y en ella se deleiten. Además, obra en la voluntad de los fieles para que se dispongan a cumplir con las exigencias de la Palabra de Dios y actúen impulsado por esta.
La homilía tiene como objetivo profundizar la fe, llenar de gozo y asombro por la belleza del mensaje evangélico. En segundo lugar, mover a la conversión, transformando interiormente a las almas por medio de la caridad y del abandono de los vicios. Por último, conducir a la comunión, es decir, a unirse cada vez más íntimamente con el Señor en una comunión de afectos, criterios, doctrina y amor. Esta Comunión se concretará en el momento en que reciba a Jesús Sacramentado.
Antes de la homilía, aprovechemos unos instantes para rezar por el predicador. Pidamos para él la gracia de ser verdaderamente otro Cristo. No solo debe predicar con fidelidad a las enseñanzas de Jesús, sino también con un corazón semejante al del Señor. No olvides que es un mensajero e instrumento de Dios y que en su predicación, si es dócil al Espíritu Santo, puede hacer muchísimo bien a las almas.
Procura escuchar la homilía con atención. Dios puede hablarte por medio del sacerdote.
7. Credo

El Credo es el símbolo de nuestra fe. Sintetiza todos los dogmas católicos. Se estructura en tres grandes partes: la confesión de fe en Dios, nuestro Creador, en Cristo, nuestro Salvador y en los medios de salvación, por obra del Espíritu Santo.
Es una afirmación fervorosa por parte de los fieles a la Palabra de Dios previamente escuchada. Continúa y resume la predicación del sacerdote en la homilía.
La palabra Amén cierra el Credo. Por ella decimos: «sí, todo esto es cierto, está firme y así lo profeso». Creo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Creo en las verdades de un Dios Padre creador, en los misterios de un Dios Hijo Redentor y en las gracias inefables de un Dios santificador.
Cuando rezamos esta oración debemos hacerlo con un espíritu tal que la fe que afirmo se encarne en mi corazón y me comprometa a profesarla con mis labios y practicarla sinceramente en mis obras.
7. Oración de los fieles

En ella oramos por el Papa, los obispos, los gobernantes y por las distintas necesidades de la comunidad cristiana.
Por esta oración, el pueblo de Dios ejerce su sacerdocio bautismal, ofreciendo súplicas al Señor por la Iglesia y el mundo. El pueblo, de pie, expresa su súplica, ya sea con una invocación común después de cada intención u orando en silencio.
El celebrante concluye con una oración en la que eleva las súplicas al Padre Eterno:
Para reflexionar sobre la Palabra de Dios en la liturgia:
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¿Por qué es importante escuchar la Palabra de Dios en la Misa?
La Palabra de Dios es esencial en la Misa porque alimenta espiritualmente a los creyentes, fortalece la fe y prepara el corazón para la Eucaristía. En la Liturgia de la Palabra, los fieles escuchan y responden con fe a la voz de Dios.
¿Cómo se estructura la Liturgia de la Palabra?
La Liturgia de la Palabra consta de varias partes: primera lectura (Antiguo Testamento), Salmo responsorial, segunda lectura (Nuevo Testamento), Aleluya o Aclamación antes del Evangelio, Evangelio, homilía, Credo y oración de los fieles.
¿Qué relación hay entre la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística?
La Liturgia de la Palabra prepara a los fieles para recibir la Eucaristía. Primero, Dios habla a su pueblo a través de las Escrituras y, luego, en la Liturgia Eucarística, Cristo se hace presente en el pan y el vino consagrados.
¿Cómo puedo vivir mejor la Liturgia de la Palabra?
San Francisco de Sales aconseja:
Desde que el sacerdote suba al altar hasta el Evangelio, considera sencillamente y en general la venida de nuestro Señor al mundo y su vida en él.
Desde el Evangelio, hasta concluido el Credo, considera la predicación del Salvador, protesta que quieres vivir y morir en la fe y obediencia a su santa palabra y en la unión de la Santa Iglesia Católica.